Elogio al Arte Outsider, II:

Paul Amar, L'aquarium, 1979.
Paul Amar, L’aquarium, 1979.

En la entrada anterior comencé elogiando el Arte Outsider por la deuda que la Historia del Arte oficial le debe a las manifestaciones creativas de los individuos socialmente segregados. Sin embargo esa deuda es mutua.

Es cierto que este tipo de creaciones fueron vindicados como modelos artísticos por parte de la primera Vanguardia del siglo XX. Aquel espíritu de reforma artística se nutrió voluntariamente  del arte marginal y al mismo tiempo (y sin darse cuenta) le abrió la puerta por la que hacerse camino. Se trata, pues, de dos procesos  recíprocamente necesarios. Pero es más verdadero que el Arte Outsider le debe su nombre al arte insider, ya que  no existiría si artistas como Kandinsky, Klee, Breton, Ernst o Jean Dubuffet no le hubieran prestado atención. Esto, a mi parecer, es un punto relevante a favor, pues le hace paradójico; y para mí no hay nada más interesante que una paradoja.

 ¿Recuerdan lo que expresaba la pintada de la que hablé en la entrada anterior, esa que encabeza mi blog? Pues en esta segunda parte, otra vez…

 Me cago en vuestras mierdas intelectuales

Frágil y privado, desinteresado y paradójico, el Arte Outsider no es arte en su origen, ni responde a un estilo o a un movimiento histórico. Sólo adquiere valor de “arte” cuando se expone a la mirada “integrada” capaz de transformar esos objetos en algo estético; en algo completamente distinto a lo que son en realidad. La concepción de estas manifestaciones como algo artístico se origina cuando dos mundos distintos se encuentran; cuando el mundo interior del marginado, materializado en sus creaciones, se expone a la luz de la mirada externa de aquellos integrados en la sociedad que le dotan de un valor nuevo. Cuando por casualidad esto ocurre y nos topamos con una obra de esta naturaleza, somos nosotros “los de dentro” quienes nos hallamos fuera de ella y, extrañamente seducidos, intentamos penetrarla para comprenderla.

Su existencia como categoría artística se debe, pues, al reconocimiento que le da la cultura de la que se distingue; no es un término que nazca desde su propia posición periférica. Su aparición es el resultado de un acto de asimilación. Como he adelantado, este arte se conoce gracias a unos procesos que han permitido nombrarlo. Sin las propuestas de la Vanguardia o las reivindicaciones de Jean Dubuffet, ni los posteriores estudios de teóricos como Roger Cardinal o Colin Rhodes, no existiría la etiqueta “Arte Outsider” para este tipo de expresiones.

Así pues, lo que se define como “Arte Outsider” no es en esencia arte, pues sus cualidades originales e innatas no cambian tras nombrarlas como tal. Estas obras se consideran como un síntoma de que sus creadores experimentan una posesión de un impulso expresivo, exteriorizado de manera descontrolada y libre de cualquier contextualización artístico-histórica convencional. Debemos ver estas piezas como la externalización de la psicología interna de sus creadores, totalmente ajena a la nuestra. Intentar penetrar en ellas exige, por tanto, mucho respeto.

Dado sus condiciones (discapacidades mentales o físicas) suele ocurrir que pocos artistas outsiders manifiestan cómo llevan a cabo sus obras y lo que experimentan durante su creación. Por este motivo nosotros, los insiders, nos encontremos extrayendo o añadiendo información complementaria anecdótica, con tal de tener un repertorio de datos relativos a los comportamientos sociales o a la condición psicológica de los autores.

Tradicionalmente se ha descrito la producción de los artistas marginales como respuesta a un inusual y poderoso impulso interno, manifestado de manera espontánea y desprogramada y sin ningún carácter artístico intencionado. Tal impulso equivale a la necesidad de articular una idea, un sentimiento o un cuerpo de experiencias que le suponen una gran presión. El típico outsider es alguien que rechaza deliberadamente o instintivamente el realismo, la mimesis, generando imágenes juzgadas como “deformadas”, imágenes simples claramente alejadas de las técnicas académicas naturalistas de la proporción, perspectiva o simetría, o ajenas a cualquier referencia a estructuras culturales. Son autodidactas en esencia.

¿Pero realmente estas obras están tan desconectadas de la cultura dominante? Aunque Jean Dubuffet afirmaba que la estética tosca y pura de estas obras se debía a su inmunidad contra la cultura, lo cierto es que, y de acuerdo con el crítico británico Roger Cardinal, estas obras también pueden estar compuestas por elementos concebidos por contacto cultural; y es que todo individuo marginado forma parte de una sociedad.

Terri Bowden
Terri Bowden

De todos modos, existe un tipo de obras marginales que sí desprenden una falta de diálogo con la cultura integrada, éstas son las obras ejecutadas por pacientes autistas, las cuales a su vez, y a pesar de la manera exclusiva e íntima en que son creadas, documentan también un elemento de “auto-exposición”. Paradójicamente ninguna obra es privada del todo, pues ocupa un lugar en el mundo y, por consiguiente, se halla disponible al escrutinio público. Esto es lo que Cardinal denomina el “aire autista” del Arte Outsider.

Edmund Monsiel, Sin título, 1949
Edmund Monsiel, Sin título, 1949

Por su parte, la estética oustsider no revela ningún estilo determinado, pero sí la presencia de unos rasgos constantes propios, como pueden ser el “horror vacui”, modelos repetitivos compulsivos, acumulaciones metamórficas, una apariencia simétrica instintiva, o configuraciones que vacilan entre la representación y una caligrafía enigmática, o que combinan imaginación y realidad. Estos rasgos formales son, entonces, los que hacen que permanezcan cerradas en sí mismas.

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Judith Scott

Estas obras mantienen una estrechísima relación con sus artífices, ya que constituyen un síntoma de su estado mental. No podemos leerlas únicamente como la expresión creativa en términos de éxtasis, júbilo, delirio, posesión o frenesí. Haciendo esto, nos encontramos buscando, en cierto grado, unos sentimientos que creemos ver expresados y aquí, en la relación entre expresión y entendimiento, se nos revela la fragilidad del Arte Outsider.

Sí, el arte marginal es débil por naturaleza, defectuoso. Se expresa, pero no es capaz de hacerse entender. Es digno, por tanto, de ser marginado. Sin embargo, eso es lo que le hace fuerte y, en mi opinión, digno de admirar y respetar.

Al distinguir su vulnerabilidad se nos convierte en familiar. Al toparnos frente una obra marginal experimentaremos la emoción de sentir un reconocimiento convulsivo, como si hubiéramos visto esas imágenes antes. Y cuando esto ocurre, nosotros igualmente vulnerables, nos hacemos eco de la debilidad de quienes consideramos “otros”,  descubriendo en esta reciprocidad, la igualdad tormentosa de la condición humana. De igual modo, sentiremos una experiencia estética interesante.

Con esto quiero decir que al Arte Outsider  se le puede atribuir también la categoría estética de la “belleza”. Una misteriosa belleza que nace de la tensión entre nuestro intelecto y un sentimiento de nostalgia hacia algo que, extrañamente, “recordamos” en lo más profundo de nuestro ser.

En definitiva, no admiro el Arte Outsider por ser diferente, sino por todo lo contrario; porque nos aproxima de la manera más desgarradora y sincera al impulso expresivo creador de la naturaleza humana. Además, en él también veo una propuesta distinta por la cual definir el Arte en general. Visto desde su contrario, también podemos investigar cuestiones propias como qué es «arte», qué define a un «artista», cuál es el significado de «obra de arte» y su función, y por último, de dónde proviene la «creatividad». Así que elogiemos todos al Arte Outsider y, como proclamaba Jean Dubuffet, «dejemos paso al incivismo».

eijiro miyama
Eijiro Miyama en las calles de Lausana, Suiza. 2008.

– Volpe, Giovanna, Arte Outsider: Aproximación a la construcción artística de las manifestaciones creativas al margen del sistema del Arte. Facultad de Humanidades, Universidad Pompeu Fabra, 2013.

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